16 de febrero, 2024
A partir de la reversión de la revolución socialista en la Unión Soviética y del paso a
mecanismos de libre mercado en la República Popular China, el aparato ideológico-cultural
del capitalismo global dio por hecho que ese “cáncer” molesto del socialismo pasaba al
baúl de los recuerdos. Ambos acontecimientos dejaron ver -para esa concepción capitalista
de las cosas- que los ideales marxistas eran una pura fantasía irrealizable, una quimera
imposible de apegarse a la verdadera esencia humana. Como ejemplo de esa lógica, un
encendido antichavista de Venezuela, el cardenal Jorge Urosa Savino, dijo públicamente en
la Universidad Católica Andrés Bello, sin la más mínima vergüenza, que “Los ricos
nacieron para gobernar y los pobres para obedecerlos”. En otros términos: la desigual
estructura del mundo -ricos y pobres, poderosos y desposeídos, o mejor dicho aún:
explotadores y explotados- sería natural, seguramente producto de designios divinos. Por
tanto, no valen las protestas y los intentos de modificar esa realidad dada. El socialismo, en
tal sentido, es un afiebrado sistema irrealizable. “Pamplinas! ¡Figuraciones que se inventan
los chavales! Después la vida se impone: tanto tienes, tanto vales”, podría decirse desde
esa visión ideológica, remedando al andaluz Rafael de León. Resuenan ahí las palabras de
la Dama de Hierro inglesa, Margaret Thatcher: “el mundo siempre ha sido así, y seguirá
siéndolo. No hay alternativas contra ello”.
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